El sabio desconocido

A una joven periodista -y, por joven, inexperta- se le asigna entrevistar a un erudito puertorriqueño. El ejercicio se convirtió en trágico, casi patético en su mente, cuando al hecho se le agrega que mucho después de entrevistar al erudito, la joven periodista –sin embargo, profesional- descubrió que la suya era la segunda entrevista que se le hacía al intelectual en toda su vida.

¿Cómo entender esto? Un sabio que se educó en primerísimas universidades, escribió catorce libros, dominaba once idiomas y que dedicó su vida y energía a la docencia, a enseñar a aquellos que estuviesen dispuestos a aprender del vasto conocimiento que obtenía en el camino y que en su caso redundó en una espléndida sabiduría. Sus pretensiones no fueron más que éstas.

Humilde, pues puso en juicio su trabajo contra la agotadora perfección que siempre buscó en él, regresa a Puerto Rico y se sumerge en las aulas universitarias plenamente consciente de que sus posibles influencias serían limitadas por el destino particular de cada estudiante.

Visiblemente enfermo, Tollinchi se presentó en el edificio de Radio Universidad un mes de septiembre. Una confusión provocó que se presentara allí, pues la entrevista debía ser por teléfono, pero sobra decir que fue más rica de este modo. Se pretendió indagar un poco sobre su, hasta aquel momento, última publicación, Los trabajos de la belleza modernista 1848- 1945. Espero que estos fragmentos de la entrevista al doctor Tollinchi provoquen placer. É explican un poco al libro recién mencionado, que entiendo, lo explica un poco a él.

Entrevistadora: Dr. Tollinchi, ¿qué pretende usted, como autor, con este su último trabajo, Los trabajos de la belleza modernista, del 1848 al 1945?

Tollinchi: Pues pretendo con ella lo que siempre he pretendido desde que comencé mi carrera en la enseñanza. De hecho, este libro es la última parte de una secuencia de libros que he venido desarrollando desde que hice uno hace como 25 años que se titula Arte y sensualidad, basado todo en experiencias italianas. Eso correspondía, como todos los libros míos corresponden, a un curso universitario, a un curso que di antes sobre Italia en la literatura mundial.

Después de eso pasé a un libro sobre la Ilustración, el Romanticismo y añadí, también, la Modernidad que es el libro anterior a ese que consta de dos volúmenes. Y entre medio de ese y el último volví a Roma, a Italia e hice uno exclusivamente sobre el significado y el símbolo de Roma.

Después de ese salté de Roma a la Modernidad y continué el que había hecho sobre el Romanticismo y la Modernidad y me dediqué sólo al Modernismo. Y ese Modernismo lo enfoqué como germinándose en el Decadentismo y en el Esteticismo de los años 90 para no coincidir con lo que había hecho ya pero sucedió que me di cuenta de que eso no se podía hacer y tuve que echar para atrás por lo menos hasta la revolución del 48, que por eso es que hago empezar el libro en el 48.

Y allí tuve que tratar naturalmente a los últimos y grandes románticos franceses pero ya románticos que preparaban una nueva vía al arte y a la poesía. Y con ellos seguí hasta el 45 pero tampoco pude parar en el 45 porque ya vio que añadí tres puntitos. Así que hay muchas cosas que son de la segunda mitad del siglo XX.

Entrevistadora: En su introducción dice que el producto final que el lector tiene en sus manos guarda apenas relación con el proyecto inicial. Cuando usted escribió esto, ¿se refería al libro y los temas que toca exclusivamente comparados con los movimientos de los que habla o al proyecto de este libro en particular y cómo fue evolucionando según los temas se trabajaron?

Tollinchi: Porque inicialmente yo quería detenerme sólo en el Esteticismo y en el Decadentismo pero vi que eso no tenía mucho sentido, que eso no era más que el germen de lo que iba a venir, que fue el gran movimiento del Modernismo, que lo podemos situar entre el diez y el cuarenta o entre el 1900 y el 1940. Así que aquello que parecía sólo un comienzo me sirvió como de prefacio a lo que hice después.

Entrevistadora: Si el ser humano recuerda muy poco de cada cosa que lee, ¿qué cree usted que un estudiante o profesor que lo lea y quiera enseñarlo se llevará consigo para su vida?

Tollinchi: Eso dependerá de la idiosincrasia de cada profesor y de cada estudiante. Eso no lo puedo determinar yo. Eso lo determinará el destino de cada estudiante. Quizá el 90% quedarán indiferentes. Es muy posible. Eso pasa con todo, que se ahoga en los salones de clase. Uno da clase para cuatro, cinco, seis, pero hay la mitad que les pasa por encima. Ojalá que me equivocase pero uno lo nota en los ojos, cuando los ojos son así de pescao frito, ya uno sabe que no va a entrar mucho ahí.

Entrevistadora: ¿Es eso algo que usted ha visto recientemente o a lo largo de su carrera?

Tollinchi: Eso uno tiende a creer, que ahora es peor que antes pero eso quizá es un espejismo. En verdad todos los tiempos son más o menos iguales, no creo que haya mucha diferencia. Claro que uno siempre piensa que cuando las cosas son pasadas han sido mejor pero eso habría que ponerlo en cuestión.

Entrevistadora: Me comentaban en otra entrevista que sus libros habían sido más concentrados, distintos a este.

Tollinchi: Ese es el problema de mis libros, que no son muy concentrados, que son una especie de olla podrida en donde usted mete todo, un popurrí.

Entrevistadora: Y a usted le gusta precisamente eso, mezclar los temas.

Tollinchi: Sí. El estilo mío es más bien fragmentario. Si usted se fijara en los otros que he hecho, no son libros de rabo a cabo, sino colecciones de fragmentos o colecciones de ensayos.

Entrevistadora: ¿Se siente satisfecho con esta publicación, con los trece libros que ha publicado, con su trabajo?

Tollinchi: Bueno, eso de la satisfacción nunca viene porque cuando uno termina un libro dice: ya salí de eso. Yo me avergüenzo tantas veces de volver a leer lo que he escrito.

Entrevistadora: ¿Y por qué se avergüenza?

Tollinchi: Porque siempre uno piensa, "pudo haber sido mejor”, “pudo haber sido mejor dicho”, “debí no haber repetido esto”, etcétera, etcétera. Así que todo lo hecho siempre causa un poquito de vergüenza. Peor es que uno se sintiera tan orondo y tan orgulloso de sí mismo que se hinchara como un pavo real. ¿Verdad?

Entrevistadora: Y ahora que lo han proclamado profesor distinguido y puede darse el lujo de enseñar los cursos que desee cuando lo desee, ¿qué tiene en mente? ¿Qué tiene ganas de hacer?

Tollinchi: Terminé enseñando los mismos cursos que enseñaba antes. Como cambio de semestre a semestre, ahora enseño uno de Filosofía Antigua y otro sobre el Fausto de Goethe. Quise limitarlo a dos pero los muchachos de matemáticas, de ciencias y de ciencias sociales me pidieron que les diera un curso extra sin crédito para ellos asistir y oírme hablar sobre ciertos temas. ¿Qué voy a hacer? Tuve que hacerlo. Así es que los viernes me reúno de dos a cinco de la tarde con ellos. Salgo muerto, por supuesto, pero con gusto. A mí me matan, pero yo gozo, decía Diplo.